CRÓNICAS DE LA PESTE DE LOS ANCIANOS (LII)
Veo a mis representantes políticos pelearse por saber quién es culpable de las cifras de muertos que el Bicho ha provocado en las residencias de ancianos.
Según este artículo del pasado 24 de enero, las 380.000 plazas con las que contábamos en ese momento en España ni se acercaban a cubrir las necesidades reales del país. Necesidades que, además, se irán incrementando gravemente durante los próximos años, debido al ya conocido envejecimiento de la población española.
Pero lo que nadie parece querer preguntarse es, ¿acaso es necesario el uso masivo de residencias de ancianos? ¿No existen otras opciones?
Como lo que tantos de nosotros hemos visto en nuestras propias familias: que los hijos cuiden en su propia casa a sus mayores.
Quizá tenga algo que ver la reducción del tamaño de las familias, cuando no su directa desaparición. Familias que sólo tienen uno o dos hijos -cuando los tienen-, los cuales tendrán que hacerse cargo de sus padres en un futuro. Lo cual resulta objetivamente mucho más difícil, si no tienes hermanos con los que repartir la tarea.
Por supuesto, factores socio-económicos. Cada vez es más normal que los hijos vivan en ciudades distintas de aquellas en que viven sus padres (en no pocas ocasiones, incluso en distintos países). Y que ambos cónyuges trabajen (difícil será tener una casa apropiada para cuidar a los padres y a los hijos de uno, si no entran al menos dos sueldos en la casa).
Y, evidentemente, por un cambio en los valores y costumbres. La existencia de las residencias es la justificación perfecta para no sentir como responsabilidad propia inexcusable el cuidado de los ancianos. Como además se produce esta situación, ahora mismo, entre dos generaciones con perspectiva casi opuesta con respecto al concepto de sacrificio, son los ancianos los que se ven a sí mismos como obligados a sacrificarse para que sus hijos no reciban más molestias de las necesarias.
Sí, representantes políticos míos, las residencias probablemente estén mal administradas; y sí, seguramente en casi toda España se han convertido en un negocio vil. Pero, con respecto a quién tiene la culpa…
Yo creo que todos la tenemos.